domingo, 11 de marzo de 2012

SShhhhhhh

Te leo y callo. Hice y callo. Siento y callo.

Quiero hacerme un espacio para decir que si hay algo que aprendí este último año fue precisamente, a callar. Y he callado tanto que quiero hablar al respecto.

Este texto probablemente se verá como un ensayo escrito por un treceañero recién descubriendo la vida (cosa que tampoco es tan alejada de la realidad, a mis veintiuno me he encargado de preservar en algunos sentidos mi inmadurez intacta), pero hay pequeñeces que todavía me causan impresión. Mis ojos se cansan pero no se acostumbran nunca.

Creo que comenzó hace un año, después de que me vi entre dos personas con perspectivas distintas y quizás un sabor de vergüenza propia. Este pequeño conflictillo me impidió contar toda mi vida (cosa que hasta entonces era para mí algo natural). Recuerdo pequeños momentos en los que sentí que no quería hablar respecto al tema y empecé a callar. Me sentí dueño de ese recuerdo y poco a poco, empecé a valorar las personas que poseían mis experiencias en sus oidos. Comencé a sentir eventos como propios y los recuerdos tomaron un valor en sí, ya no necesitaba contarlos en voz alta para que sucedieran de nuevo. Además, tengo amigos lo suficientemente buenos y poco asertivos como para que me recuerden las estupideces que hago cuando saco el pecho más de lo necesario, siempre valoro eso.

Lo importante es que lo que al principio parecía ser silencio por vergüenza hoy en día es silencio por humildad. Es silencio por compasión. Es silencio por amistad.

Esto puede sonar a una huevada de autoayuda y hasta paradójica si pensamos que hablo de lo lindo que es callar, pero para mí representa un insight muy importante. No quiero ser tomado como ejemplo, la experiencia de callar es distinta para cada persona.

Callemos por humildad, por cariño, por diplomacia, por amistad.
Pero callémonos de vez en cuando.